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 Por Maribel Benítez  
Un pequeño observa cómo un grupo de infantes se entretiene con carros nuevos/ eluniverso.com
  
 
 
 
 
 
 
 
 
María empieza a recordar y sonríe.  La cena, los caramelos, los juguetes, los adornos, la ropa nueva... Todo  era parte de la celebración navideña que, dice, disfrutó durante su  niñez. Un momento que aún no han vivido sus hijos. Cinco en total: de 9,  5 y 3 años. Y las gemelas que nacieron hace 3 meses.
  No sabía  que venían dos. No tuvo un control médico. Nacieron dos semanas antes.  Los miembros de su familia aumentaron, pero sus ingresos no. El padre de  las bebés la abandonó, cuenta. En su humilde casa, de paredes de tabla y  un solo ambiente, hay días en que sobrevive de la caridad de los  vecinos y de la de sus hermanas, que igual que ella son muy pobres.
  Lo  único fijo solo son los $ 35 que cada mes cobra del Bono de Desarrollo  Humano (BDH). Desde que salió embarazada María, de 30 años, dejó de  laborar como empleada doméstica. Su ingreso lo completaba con la venta  de chuzo, maduro y choclo, pero también lo dejó. Con la ganancia le  alcanzaba para desayunar y almorzar y a veces para merendar.
  “Cuando  hay dinero compro leche y cuando no, una agüita de anís”. Lo dice  mientras sostiene en sus brazos a una de las gemelas. A su alrededor  revolotea y grita su hijo de 5 años. Lo observa la más grande, que  estudia en una escuela fiscal del sector, en la cooperativa  Independencia II de la isla Trinitaria, uno de los sectores marginales  más poblados de Guayaquil. El pasado jueves, el plantel agasajó a los  niños con caramelos, pero la pequeña llegó a casa enojada, cuenta María,  porque esperaba recibir un juguete.
  “Aquí no hay preparación  (para la Navidad)”, dice con desazón. En el 2011 pasó la Nochebuena en  casa de una de sus hermanas, ubicada cerca de la suya. Ella y sus niños  recibieron comida. Juguetes no. Este lunes espera ser invitada otra vez.
  Verónica  coincide con María. “No se celebra (Navidad). Antes venía gente, en  canoa, a regalar caramelos a los niños, pero ya no”. A sus 24 años es  madre de cinco hijos, los últimos son gemelos. Tienen 3 meses. Igual que  las gemelas de María.
  Comenta que siente tristeza porque sus  hijos no recibirán un presente en Navidad, pero a la vez se llena de  alegría porque estará su familia unida. No hará cena. Preparará la  merienda como un día normal. Ella bromea en cada frase que pronuncia. Y  su risa contagia a las vecinas. “Al mal tiempo buena cara”, añade esta  mujer que se convirtió en madre a los 16 años.
  Según un informe  del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en  inglés), que impulsa el Plan Andino de Prevención de Embarazo en  Adolescentes, Ecuador es el segundo país en Latinoamérica con la más  alta tasa de embarazos adolescentes.
  Datos del Instituto Nacional  de Estadística y Censos (INEC), publicados en mayo pasado, señalan que  de los 7 millones de mujeres en el país, 3’645.167 son madres y de estas  122.301 son adolescentes. El 3,4% tiene entre 12 y 19 años. El 24% se  ubica entre los 30 y 39 años.
  El 5,2% de las madres  afroecuatorianas es adolescente, seguido de las indígenas, con el 4,3%.  Ambos grupos son los que más embarazos registran.
  En las  cooperativas Independencia I y II hay casas construidas de cemento y  otras de caña. Hoy cuentan con servicio de agua potable. No tienen  pavimentación pero ya hay obras para la instalación de redes de  alcantarillado. El polvo que se levanta por el paso de los carros y las  tricimotos “baña” en una esquina a un grupo de niños. Es la mañana del  pasado viernes. No les importa el sol o la tierra. Están sentados y de  rodillas. Se divierten con juguetes nuevos que les entregaron una  fundación y el proyecto Semilla de Amor. Dos hermanos observan cómo  compiten los carros policías con los de carrera y el esfuerzo que hace  una grúa de color amarillo por levantar un pequeño montículo de tierra.  Todo en manos de otros niños.
  Es el portal de Olga, una madre de  siete hijos. El dueño de los carros es su hijo de 9 años. Se los ha  prestado a sus primos y los niños que solo se conforman con mirar son  vecinos. Estudian en una escuela fiscal, pero no hubo juguetes para  ellos. Uno es tímido. Solo mueve la cabeza de un lado a otro,  respondiendo negativamente, cuando se le pregunta si va a recibir  juguetes este 24.
  “La Navidad es el día que nació Nuestro Señor,  pero nosotros no tenemos dinero para celebrar”, comenta Olga, quien no  sabe si preparará la cena o comprará juguetes para sus hijos.
  En  este mes ha montado una pequeña tienda en su casa, tras recibir un  préstamo inicial. Espera que le dé ganancias para completar los gastos  de la vivienda. Su rostro se pone serio cuando se le pregunta si  recuerda la Navidad en su infancia. Prefiere no hacerlo porque le trae  recuerdos tristes. No entra en detalles y más bien dice que su mayor  regalo sería ver a sus hijos que no anden en malos pasos, sino que sean  hombres de bien y que progresen. Lo dice mientras seca las lágrimas y  evita que la vea su hijo de 9 años, que tiene discapacidad en el brazo  izquierdo y espera una ayuda médica. El infante sonríe. Está feliz con  sus juguetes que recibió por adelantado.
  En los alrededores hay  movimiento. En una escuela particular, los padres han organizado un  festejo. Los sándwiches y demás bocaditos van llegando. Los niños  también. Margoth es una de las madres de familia. Dice que se colabora  para que los pequeños pasen un día alegre. Ella no recuerda haber vivido  en su infancia una Navidad con cena y regalos. El trabajo de jornalero  que tenía su padre apenas le alcanzaba para mantener a los siete hijos.
  Dice  que en Nochebuena un vecino pone música para que los niños del barrio  se diviertan. Les da caramelos y cola. Es todo. “Mis hijos se acuestan y  al siguiente día es como cualquiera”. Su esposo es guardia y no sabía  si este año sus hijos recibirían un juguete nuevo. 
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